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lunes, 28 de julio de 2014

EL SONIDO DE LAS LETRAS (VI): Comenzar por el principio siempre es un buen principio.

No, no lo puedo evitar, esta absurda necesidad mía de contar cosas todo el tiempo. Ya de pequeña me pasaba que no me callaba ni bajo del agua, llegué a ser más temida en el aula que la niña de El Exorcista. Hoy vuelvo a las andadas: tratar de haceros leer mis historias con música de fondo.

Durante gran parte del tiempo en el que escribí Loveland, un recopilatorio que mi hija (solo tiene 7 años) me regaló en formato cd (su padre la ayudó) con sus canciones favoritas para el día de la madre, me acompañaba en los breves trayectos en coche. La de hoy es la primera de la lista y casualmente también es la primera de la novela, con ella siempre visualizó (tal cual peli romanticona) a Pablo y Jess despertándose, duchándose y/o vistiéndose esa primera mañana en Londres (junio 2015) en la que todo vuelve a empezar. Me encanta esta canción de Chairlift y  espero que la disfrutéis tanto como yo.


Feliz Lunes y Feliz Lectura.

Extraído de Loveland:

«Trata de tocar las estrellas con los pies en la Tierra». Estas fueron las palabras de mi madre, justo antes de despedirnos en el aeropuerto. Es una mujer sabia mi madre, la mayoría de las veces. Pero ahora mismo, en pleno de centro de Canary Wharf, plantado en la acera como un tulipán urbano, mirando hacia arriba, con la boca abierta para más información, solo puedo decir:
—¡Hostias!
El Edificio Harris se levanta ante mí, imponente, con sus treinta alturas acuchilla el cielo, azul esta mañana, de Londres. Lo había visto en internet y me parecía fabuloso, pero estar aquí y verlo en primera persona es… Es una pasada. En cualquier línea del acero que perfila la estructura puede apreciarse la mano de Jenson Lowell, su arquitecto y mi nuevo jefe. También es el padre de Jess, pero ese es un detalle no del todo relevante en este momento, aunque he de admitir que ella y solo ella sea el principal motivo de que yo esté ahora aquí plantado… como un tulipán urbano, pensando que allí arriba, en lo alto de la cúpula de la torre, quizá me sea muy fácil tocar las estrellas con los pies en la Tierra.
La planta baja alberga un centro comercial y en las siguientes conviven multitud de oficinas de empresas de todo tipo. En la última, cómo no, Lowell&Harris Corp, uno de los estudios de arquitectura más influyentes del nuevo milenio. Todavía no puedo creerme que me hayan elegido a mí. A mí: Pablo Lino, para cubrir una de las dos plazas de arquitectos en prácticas que conceden todos los años a los estudiantes de arquitectura más brillantes, pero aquí estoy: dispuesto a darlo todo en pro de mi futuro.
Llegar hasta las oficinas, donde sudaré sangre si es necesario los próximos doce meses, no me lleva más de un minuto en uno de los siete ascensores que hay en el gran vestibulo del edificio. Entre tanto las rodillas me bailan solas. Me paso la mano por el pelo, encontrándome con el medio kilo de gomina que he usado esta mañana para peinarme. Nunca me había esmerado tanto en que mis rizos lucieran tan ordenados. Conjuntan con mi equipaje laboral: un traje de chaqueta azul oscuro que me compré para la boda de mi primo Víctor y que mi madre planchó a conciencia y dejó perfectamente doblado en mi maleta antes de cerrarla. Quería que estuviera divino en mi primer día.

Me ajusto por última vez el nudo de la corbata, antes de abrirse las puertas y atisbar la gran mesa anular de recepción. Está emplazada en el centro de la enorme sala complemente blanca, pero amueblada con mobiliario de vivos colores al más puro estilo Andy Warhol. Le doy un millón de gracias a mi madre por ser tan previsora, acudir de otro modo hubiera sido hacer el ridículo. Y nada me apetece menos que hacer el ridículo en mi primer día de curro. Me acerco a la mesa, donde un par de chicas conversan animadas. Ninguna me hace caso, pese a que es evidente que si estoy aquí parado es por algo. Toso con toda la intención de llamar su atención y, entonces una de ellas, la más joven me dirige una mirada tan fría que temo acabar congelado. La otra, algo más mayor, más sobrada de peso y menos guapa, me sonríe amigable.

5 comentarios:

  1. Hola Andi Cor, me gusta la canción, no la conocía. Es interesante conocer los pequeños detalles y secretos de los escritores. Interesante también el extracto de tu libro. Gracias por la entrada.

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    1. Gracias por visitarme. Me encanta la música y cuento con un melómano de primera en casa, así que siempre ando escuchando grupos "distintos". El caso es que cuando escucho esta canción a dos veces veo el principio de algo que quedó pendiente, justo el argumento de mi historia. Feliz Viernes.

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  2. Qué buen fragmento, me voy a buscar Loveland.
    Buen viernes, besos

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  3. Gracias por visitarme y bienvenida a mi blog. Este fragmento es el principio de Loveland, así comienza todo. Quería decirte que aunque se anuncia como una continuación de Dos Manzanas para Eva se puede leer de modo independiente, pues los protagonistas son otros y la historia es autoconclusa, igual que las Manzanitas. La pega de leerlo es que contiene spoilazos de ésta y por tanto ya sabrás cómo terminó la anterior. Un beso y Feliz Viernes.

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  4. Qué chula la canción, no la conocía.
    Besos

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