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miércoles, 26 de febrero de 2014

El Sonido de las Letras (III): Conociendo a Amelia


Esta semana os traigo una canción de Adele: One and Only, con ella Amelia va camino de su oficina aquella primera mañana de Mark en la Tierra. En ese momento ellos se cruzan, cosas del destino o casualidades de la vida, todavía no lo saben pero están llamados a encontrarse.

Extraído de Sin Alas:

"Su pie se hunde en un charco, frunce el ceño, pues es la típica cosa que suele pasarle a ella. Sin embargo, hoy desafiando a Murphy, en un arrebato de confianza planta el pie derecho con brío en el siguiente charco y lo remata con un pequeño baile a la pata coja. Sigue un imaginario sambori en el asfalto hasta completar su danza con un giro de ciento ochenta grados y satisfecha de su correcta ejecución sonríe con vaguedad al frente. Un caballero que arrastra un pequeño pekinés vestido de escocés la mira extrañado, sin entender por qué esa joven que baila sola en medio de la calle le sonríe de esa manera tan absurda. Amelia tampoco entiende qué narices ha podido hacerle su pobre perrito para vestirlo de ese modo tan ridículo. Alza la mano y lo saluda. El hombre pone los ojos en blanco y sigue andando. Amelia suelta una sonora carcajada. El hombre le lanza una dudosa mirada, como si se tratara de una chiflada, y eso le hace reír todavía más. Se da la vuelta de un salto dispuesta a seguir su camino hacia la oficina.

La mañana es gris. Han caído cuatro gotas hace media hora, a eso de las siete y media, pero ahora no, ahora solo hace un frío inusual. Pese a ello, Amelia se siente feliz de poder ir de casa al trabajo dando un pequeño paseo. Abrigada de los pies a la cabeza con su abrigo cámel, una pequeña estola de pelo sintético y un sombrero verde oliva calado hasta los ojos, camina rauda, al ritmo de Adele. Sus katiuskas también están contentas de haber salido a pasear. Si es extraño el frío que azota esta mañana la ciudad, aún más raro es que llueva en Valencia, y Amelia no pierde jamás la oportunidad de colocarse sus Hunter. Recorre rápidamente la calle Correos hasta su oficina. Manolo, el conserje del edificio le abre la puerta del portal como cada día y la saluda amablemente. Ella le responde su habitual: «Buenos días», y añade: «Caray, qué frío hace hoy», a lo que él contesta algo que Amelia no alcanza a escuchar, pues ya está subiendo, en un gran alarde de equilibrio, de dos en dos las escaleras hacia el primer piso. En el último escalón da un traspiés y a punto está de estrellarse de narices contra el suelo. Pero no, salvada por los pelos. Amelia dos, Murphy cero.

Sobre la puerta de cristal ahumado, diferente del resto de puertas del rellano, todas de madera oscura tallada superantigua, un cartel reza «Monoco». Amelia pasa la tarjeta identificativa por el lector situado a su derecha y luego coloca el dedo pulgar sobre la pantalla táctil inferior. Se escucha un pequeño «clack» anunciando que la puerta ya está abierta. La empuja con fuerza, pues debe pesar al menos una tonelada, y la puerta cede bajo su peso hacia dentro. El calor de la calefacción la abraza y sus mejillas se tornan rojas al contraste. A toda velocidad comienza a deshacerse del abrigo y la estola, que amenazan asfixiarla, mientras examina su alrededor en busca de Mónica. Saluda a Carmen y Pablo, sentados pulcramente en sus puestos de trabajo, pero no ve a su amiga en la recepción, así que rastrea el pasillo mientras se dirige a su despacho en el fondo a la derecha.


Aún no ha abierto la puerta del mismo, cuando ya sabe que alguien se halla en el interior. Escucha primero la voz de un hombre y luego una risita sofocada de mujer. Abre sigilosamente y dice sin vacilar:

―¡Os pillé!"

Feliz Lectura y gracias por leerme.

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