Cuando Jess y Pablo se reencuentran en Londres saltan chispas. Han pasado dos años. Pablo nunca pudo dejar de pensar en Jess y Jess... Jess quiso borrar a Pablo de su mente, pero tampoco pudo terminar de olvidarle. ¿Qué paso entre ellos?
Así fue su reencuentro y así sonaba en mi cabeza mientras lo escribía: Lonely Boy de los Black keys.
♥ Las puertas del ascensor se abren dejando escapar el eructo
más estruendoso que jamás he escuchado. ¡Guarros! Las carcajadas le siguen como
un eco y luego se interrumpen de súbito. Es lo que tiene ser la hija del jefe.
Sonrío con suficiencia, sabiéndome capaz de semejante efecto barrido solo con
mi presencia entre los curritos de mi padre.
—Voy hacia abajo —informo, pese a que no es necesario. Es
evidente que yo estoy en mi planta y que no subo a la azotea a tender la ropa
con este jumpsuit de Elie Saab. Tampoco se hace eso aquí, la ropa siempre
estaría mojada y oliendo a fritangona.
—Buenas noches Jessica —corean los curritos mientras las
puertas se cierran.
Retoman sus risas con la misma velocidad que mi sonrisa de
suficiencia se me va congelando en la cara.
«¡Mierda!
¡Mierda! ¡No puede ser!»,
gritan mis neuronas desconcertadas. Me dan ganas de apretar el puto pulsador y
que las puertas vuelvan a abrirse revelándome que estoy por completo
equivocada, porque no puede ser. NO PUEDE SER. El corazón me palpita desbocado
y le falta «esto»[1] para
salírseme del pecho.
SÍ PUEDE SER Y ES. Cuando algo puede salir mal, saldrá. Y
cuando las puertas se abren de nuevo, Pablo está solo en el pequeño cubículo
con los brazos cruzados y una sonrisa superborde rondándole la cara.
—Hola Jess —dice arrastrando la «s»
como solía hacer, de un modo tan sexy que al instante todas mis hormonas entran
en revolución.
—Hola Pablo —respondo, sin moverme. No porque no quiera, es
que no puedo, se me han quedado los pies pegados al suelo.
—¿Vas a subir? —pregunta ladeando la cabeza.
Trago saliva.
—Sí —me sale de algún modo mientras entro en el ascensor con
los nervios a flor de piel.
La tensión se palpa en el ambiente. No hay besos, ni
abrazos, ni los comentarios felices que suelen intercambiarse en un reencuentro
entre dos antiguos amigos tras una prolongada separación.
—¿Cómo estás, Jess? —Y es más una afirmación que una
pregunta.
—Bien, gracias —respondo, buscando con el cuerpo la cota más
lejana en el minúsculo ascensor—. ¿Y tú?
¡Joder! ¡¿Siempre ha sido tan pequeño?!
—Muy bien, también.
Trato de respirar, pero el jodido minúsculo ascensor se está
quedando sin oxígeno a la misma velocidad que todos los recuerdos dormidos:
palabras, risas, besos, abrazos, caricias… se van despertando.
—Estupendo, me alegro —me sonríe.
¿Alguien conoce esa sensación de me derrito por dentro?
—Trabajo para tu padre —comenta rascándose la nuca. Estira
el cuello y lo desencaja moviéndolo teatralmente a los lados.
—¿En serio? —me hago la sorprendida. En realidad, ya lo
sabía, no es casualidad que lo hayan elegido entre más de doscientos candidatos
para el puesto en prácticas en la estudio de mi padre—. Me alegro, es un sitio
estupendo para formarse, justo lo que tú querías, ¿verdad? Prácticas en un
estudio importante de arquitectura, ¿verdad?
¿Por qué sueno tan emperifollada?
—Verdad —sigue con esa sonrisa caliente.
Y yo me derrito, me derrito toda.
—Y se puede saber ¿qué haces aquí? —le pregunto con
brusquedad, puesto que en realidad no me hace ninguna gracia habérmelo
encontrado de este modo tan inesperado en mi edificio. Sabía que algo así
podría ocurrir, pero no creía que fuera a ser tan pronto. Todavía no estoy
preparada ni física ni mentalmente para tenerlo tan cerca. Y, si soy sincera,
me molesta mucho que él parezca aceptar nuestro encuentro con tanta
naturalidad. Casi que parece que lo estaba esperando.
Se encoge de hombros y responde— es evidente, ¿no?
—Para mí no, desde luego.
—Pues es evidente que estoy en un ascensor —contesta
divertido antes de que se abran las puertas y el vestíbulo quede a la vista.
Lo miro con rabia, pero qué morro tiene el cabrito.
—No me jodas Pablo Lino, ¿qué coño estás haciendo aquí en
este edificio? —especifico molesta por su buen humor mientras pulso con rabia
el botón del último piso. Las puertas se cierran y él me mira extrañado.
—Vivo aquí, en la quinta planta, con Robbie y Sven —responde
pulsando el número cinco.
Pero ¡qué clase de broma de los planetas es ésta!
—¿En serio? No puedo creer en mi mala suerte. Tú —lo señalo
con el índice—, Pablo Lino, de todos los sitios donde podrías haber terminado y
has acabado en Londres trabajando para mi padre y viviendo en mi edificio.
—Ha sido casualidad —se defiende encogiéndose de hombros.
—¿De verdad lo ha sido? Acaso… ¿tú no sabías que Lo&Ha
es el estudio de mi padre?
Asiente por respuesta.
—Aún así no tuviste ningún tipo de reparo en solicitar una
plaza.
Vuelve a asentir.
—No me lo puedo creer, Pablo, que hayas tenido el morro de
venirte aquí, justo aquí —le echo en cara fulminándolo con mi mirada más
homicida.
Y esto es paripé, puro paripé.
Feliz Martes y Felices Lecturas.
Ainss, como me pone Pablo. Me chifla Loveland y me ha gustado mucho la canción. Muakis!!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el fragmento. Besitos
ResponderEliminarYo notaba las chispas saltando. Buen fragmento. Un beso.
ResponderEliminar