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martes, 14 de octubre de 2014

EL SONIDO DE LAS LETRAS (VII): Lonely Boy de The Black Keys

Cuando Jess y Pablo se reencuentran en Londres saltan chispas. Han pasado dos años. Pablo nunca pudo dejar de pensar en Jess y Jess... Jess quiso borrar a Pablo de su mente, pero tampoco pudo terminar de olvidarle. ¿Qué paso entre ellos?

Así fue su reencuentro y así sonaba en mi cabeza mientras lo escribía: Lonely Boy de los Black keys. 


♥ Las puertas del ascensor se abren dejando escapar el eructo más estruendoso que jamás he escuchado. ¡Guarros! Las carcajadas le siguen como un eco y luego se interrumpen de súbito. Es lo que tiene ser la hija del jefe. Sonrío con suficiencia, sabiéndome capaz de semejante efecto barrido solo con mi presencia entre los curritos de mi padre.

—Voy hacia abajo —informo, pese a que no es necesario. Es evidente que yo estoy en mi planta y que no subo a la azotea a tender la ropa con este jumpsuit de Elie Saab. Tampoco se hace eso aquí, la ropa siempre estaría mojada y oliendo a fritangona. 
—Buenas noches Jessica —corean los curritos mientras las puertas se cierran.

Retoman sus risas con la misma velocidad que mi sonrisa de suficiencia se me va congelando en la cara.

«¡Mierda! ¡Mierda! ¡No puede ser!», gritan mis neuronas desconcertadas. Me dan ganas de apretar el puto pulsador y que las puertas vuelvan a abrirse revelándome que estoy por completo equivocada, porque no puede ser. NO PUEDE SER. El corazón me palpita desbocado y le falta «esto»[1] para salírseme del pecho.
SÍ PUEDE SER Y ES. Cuando algo puede salir mal, saldrá. Y cuando las puertas se abren de nuevo, Pablo está solo en el pequeño cubículo con los brazos cruzados y una sonrisa superborde  rondándole la cara.



—Hola Jess —dice arrastrando la «s» como solía hacer, de un modo tan sexy que al instante todas mis hormonas entran en revolución.
—Hola Pablo —respondo, sin moverme. No porque no quiera, es que no puedo, se me han quedado los pies pegados al suelo.
—¿Vas a subir? —pregunta ladeando la cabeza.
Trago saliva.
—Sí —me sale de algún modo mientras entro en el ascensor con los nervios a flor de piel.

La tensión se palpa en el ambiente. No hay besos, ni abrazos, ni los comentarios felices que suelen intercambiarse en un reencuentro entre dos antiguos amigos tras una prolongada separación.

—¿Cómo estás, Jess? —Y es más una afirmación que una pregunta.

—Bien, gracias —respondo, buscando con el cuerpo la cota más lejana en el minúsculo ascensor—. ¿Y tú?

¡Joder! ¡¿Siempre ha sido tan pequeño?!

—Muy bien, también.

Trato de respirar, pero el jodido minúsculo ascensor se está quedando sin oxígeno a la misma velocidad que todos los recuerdos dormidos: palabras, risas, besos, abrazos, caricias… se van despertando. 

—Estupendo, me alegro —me sonríe.

¿Alguien conoce esa sensación de me derrito por dentro?

—Trabajo para tu padre —comenta rascándose la nuca. Estira el cuello y lo desencaja moviéndolo teatralmente a los lados.
—¿En serio? —me hago la sorprendida. En realidad, ya lo sabía, no es casualidad que lo hayan elegido entre más de doscientos candidatos para el puesto en prácticas en la estudio de mi padre—. Me alegro, es un sitio estupendo para formarse, justo lo que tú querías, ¿verdad? Prácticas en un estudio importante de arquitectura, ¿verdad?

¿Por qué sueno tan emperifollada?

—Verdad —sigue con esa sonrisa caliente.

Y yo me derrito, me derrito toda.

—Y se puede saber ¿qué haces aquí? —le pregunto con brusquedad, puesto que en realidad no me hace ninguna gracia habérmelo encontrado de este modo tan inesperado en mi edificio. Sabía que algo así podría ocurrir, pero no creía que fuera a ser tan pronto. Todavía no estoy preparada ni física ni mentalmente para tenerlo tan cerca. Y, si soy sincera, me molesta mucho que él parezca aceptar nuestro encuentro con tanta naturalidad. Casi que parece que lo estaba esperando.
Se encoge de hombros y responde— es evidente, ¿no?

—Para mí no, desde luego.

—Pues es evidente que estoy en un ascensor —contesta divertido antes de que se abran las puertas y el vestíbulo quede a la vista.

Lo miro con rabia, pero qué morro tiene el cabrito.

—No me jodas Pablo Lino, ¿qué coño estás haciendo aquí en este edificio? —especifico molesta por su buen humor mientras pulso con rabia el botón del último piso. Las puertas se cierran y él me mira extrañado.
—Vivo aquí, en la quinta planta, con Robbie y Sven —responde pulsando el número cinco.

Pero ¡qué clase de broma de los planetas es ésta!

—¿En serio? No puedo creer en mi mala suerte. Tú —lo señalo con el índice—, Pablo Lino, de todos los sitios donde podrías haber terminado y has acabado en Londres trabajando para mi padre y viviendo en mi edificio.
—Ha sido casualidad —se defiende encogiéndose de hombros.
—¿De verdad lo ha sido? Acaso… ¿tú no sabías que Lo&Ha es el estudio de mi padre?
Asiente por respuesta.
—Aún así no tuviste ningún tipo de reparo en solicitar una plaza.

Vuelve a asentir.

—No me lo puedo creer, Pablo, que hayas tenido el morro de venirte aquí, justo aquí —le echo en cara fulminándolo con mi mirada más homicida.

Y esto es paripé, puro paripé. 





[1] Juntas el pulgar y el índice, los separas un pelo y ¡voilà!, ya tienes «esto».

Feliz Martes y Felices Lecturas.

3 comentarios:

  1. Ainss, como me pone Pablo. Me chifla Loveland y me ha gustado mucho la canción. Muakis!!!

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  2. Me ha gustado mucho el fragmento. Besitos

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  3. Yo notaba las chispas saltando. Buen fragmento. Un beso.

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